viernes, 17 de julio de 2009

RETORNO

Su mano dormida congelaba el gesto preciso de estar esperando una rosa o una llave. Él, con el pájaro en la voz, se asomó por los barrotes de la cama para despertarla. Pero a ella eso la asustó tanto que gritó, como quien se reincorpora del letargo o de una galáctica amnesia. Yo no sé si fue por sus ojos (los de él) terriblemente vivos como nueces abiertas o si fue por ese beso surreal, al que ella ya se había acostumbrado a desacostumbrarse, pero lo único que pudo decir fue: -Perdón-, a lo que él le recordó, corrigiéndola: -No, Perdonáme vos a mí-