jueves, 1 de enero de 2009

Alas para armar

Espontaneo...recien rescatado de mi mar de tinta. "Vosotros miráis hacia arriba cuando deseáis elevación. Yo miro hacia abajo por estoy elevado” ( Así habló Zaratustra, Friedrich Nietzsche) Alas para armar
Mirad al caminante prófugo y sombrío danzar por las cornisas que lo acechan La caída existe sólo si el siente vértigo Mas el esconde precipicios en cada una de sus indelebles cicatrices y se embriaga con las bocanadas de vida. ¿Cómo ha de temerle entonces a las rocas que se desmigajan con el viento? ¿Por qué temerle a la caída? ¿No es acaso un vuelo más? No puede temer a menos que este arrepentido y no es la duda algo que haya que remediar sino el miedo que traiciona su deseo voraz de seguir subiendo. No se le teme a la caída sino al dolor de haber trepado en vano. Significaría una burla a nuestra estrella elegida, que aun no se ha dado por aludida de nuestra redención, no podemos poseer los sueños, nosotros les pertenecemos al buscarlos. Y así debe ser, la entrega es sublime y vertiginosa. Y no es necesario separar las aguas. Tan solo basta con destronar nuestras venas y quebrarnos ante el abismo, conservando si algo de pudor. Sonrojarse ante el infinito y provocarle ternura. Esa es la llave para el invisible cerrojo del edén.
Le Breton, David, Antropología del cuerpo y modernidad, Ed. Nueva Visión, Bs.As., 1995. (Adaptación)
Vivir consiste en reducir continuamente el mundo al cuerpo, a través de lo simbólico que éste encarna. La existencia del hombre es corporal. Y el análisis social y cultural del que es objeto, las imágenes que hablan sobre su espesor oculto, los valores que lo distinguen, nos hablan también de la persona y de las variaciones que su definición y sus modos de existencia tienen, en diferentes estructuras sociales. Cada sociedad esboza, en el interior de su visión del mundo, un saber singular sobre el cuerpo: sus constituyentes, sus usos, sus correspondencias, etc. Las concepciones del cuerpo son tributarias de las concepciones de persona. Así, muchas sociedades no distinguen entre el hombre y el cuerpo como lo hace el modo dualista al que está tan acostumbrada la sociedad occidental. Nuestras actuales concepciones del cuerpo están vinculadas con el ascenso del individualismo como estructura social, con la emergencia de un pensamiento racional positivo y laico sobre la naturaleza, con la regresión de las tradiciones populares locales y, también, con la historia de la medicina que representa, en nuestras sociedades, un saber en alguna medida oficial sobre el cuerpo. La preocupación moderna por el cuerpo en nuestra “humanidad sentada”, es un inductor incansable de imaginario y de prácticas; dado que el cuerpo duplica los signos de la distinción, es un valor. En nuestras sociedades occidentales, entonces, el cuerpo es el signo del individuo, el lugar de su diferencia, de su distinción. Esto se ve en la condición de los minusválidos físicos en nuestra sociedad, la angustia difusa que provocan, la situación marginal del “loco” o de los ancianos. En cambio, si existe un “cuerpo liberado”, es el cuerpo joven, hermoso, sin ningún problema físico. En este sentido, sólo habrá “liberación del cuerpo” cuando haya desaparecido la preocupación por el cuerpo. La medicina clásica también hace del cuerpo un “otro yo” del hombre. Cuando cura al hombre enfermo no tiene en cuenta su historia personal, su relación con el inconsciente y sólo considera los procesos orgánicos. La medicina sigue siendo fiel a la herencia de Vesalio, se interesa por el cuerpo, por la enfermedad y no por el enfermo. Esta es la fuente de muchos debates éticos contemporáneos vinculados con la importancia de la medicina en el campo social y con la particularidad de su concepción del hombre. La medicina está basada en una antropología residual, apostó al cuerpo pensando que era posible curar la enfermedad (percibida como extraña) y no al enfermo como tal. Dado que la medicina apostó al cuerpo, que se separa del hombre para curarlo, es decir, dado que cura menos un enfermo que una enfermedad, se enfrenta hoy, a través de los debates públicos que provoca, a un retorno de lo reprimido: el hombre (eutanasia, acompañamiento de los enfermos y de los moribundos, pacientes en estado vegetativo crónico durante meses o años, pacientes mantenidos vivos por medio de aparatos con los que no se sabe qué hacer, terapias que a veces mutilan, etc.). Muchas cuestiones éticas de nuestro tiempo, entre las más cruciales, están relacionadas con el estatuto que se le otorga al cuerpo en la definición social de la persona: procreación asistida, explosión de la paternidad, ablación y trasplante de órganos, manipulación genética, adelanto en las técnicas de reanimación y de los aparatos de asistencia, prótesis, etc. Así, podemos apreciar cómo la medicina es la medicina del cuerpo, no la del hombre, como, por ejemplo, en las tradiciones orientales. Recordemos esta frase de Marguerite Yourcenar en Opus nigrum, cuando Zenón, médico que seguía a Vesalio, se inclina junto a su compañero, también médico, sobre el cadáver del hijo de éste: “En la habitación impregnada de vinagre en la que disecábamos a ese muerto que ya no era el hijo ni el amigo, sino sólo un hermoso ejemplar de la máquina humana…” Frase programática: la medicina se ocupa de la “máquina humana”, es decir, del cuerpo, y no del hijo ni del amigo, es decir del hombre en su singularidad. El hombre anatomizado Como indicio fundamental del cambio de mentalidad que le da autonomía al individuo y proyecta una luz particular sobre el cuerpo humano es la constitución del saber anatómico en la Italia del Quatrocento, en las Universidades de Padua, Venecia y especialmente, Florencia, que marca una importante mutación antropológica. A partir de las primeras disecciones oficiales de comienzos del siglo XV, y luego, con la trivialización de la práctica en los siglos XVI y XVII europeos, se produce uno de los momentos claves del individualismo occidental. Antes el cuerpo no era la singularización del sujeto al que le prestaba un rostro. Durante toda la Edad Media se prohíben las disecciones, se las considera incluso impensables. La incisión del utensilio en el cuerpo consistiría en una violación del ser humano, fruto de la creación divina. También significaría atentar contra la piel y la carne del mundo. En el universo de los valores medievales y renacentistas, el hombre se une al universo, condensa el cosmos. Con los anatomistas, y especialmente a partir de De corporis humani fabrica (1543) de Vesalio, nace una diferenciación implícita dentro del saber occidental entre el hombre y su cuerpo. Allí se encuentra el origen del dualismo contemporáneo que comprende, también de manera implícita, al cuerpo aisladamente, en una especie de indiferencia respecto del hombre al que le presta el rostro. El cuerpo se asocia al poseer y no al ser. Así, las primeras observaciones de Vesalio sobre la anatomía humana se originan en esa mirada alejada que olvida, metodológicamente, al hombre, para considerar tan sólo su cuerpo. El cuerpo como resto En los siglos XVI y XVII, especialmente a partir del emprendimiento de los anatomistas, se abrió el camino que desdeña los saberes populares y que, por lo tanto, reivindica el saber biomédico naciente. El saber del cuerpo se convierte en el patrimonio más o menos oficial de un grupo de especialistas protegido por las condiciones de racionalidad de su discurso. Esto se manifiesta en el siglo XVII, con el advenimiento de la filosofía mecanicista, Europa occidental pierde su fundamento religioso. La reflexión sobre la naturaleza que realizan los filósofos o los sabios se libera de la autoridad de la Iglesia y de las causas trascendentes para situarse en otro nivel: a la altura del hombre. Carente de sus misterios, la naturaleza se convierte en un “juguete mecánico”. Y lo importante ahora es convertirse en “dueños y poseedores de la naturaleza”. Así, el conocimiento debe ser útil, racional, desprovisto de sentimiento y tiene que producir eficacia social. La máquina proporciona la fórmula de este nuevo sistema del mundo: el universo es una máquina en el que no hay otra cosa para considerar que la figuras y movimientos de sus partes. El cuerpo en la filosofía cartesiana La filosofía cartesiana revela la sensibilidad de una época no la inaugura. Fruto de una partición social, el individuo se encuentra dividido en dos partes heterogéneas: el cuerpo y el alma. La dimensión corporal de la persona recoge toda la carga de decepción y desvalorización; por el contrario el alma permanece bajo la tutela de Dios. El cuerpo molesta al hombre; ese cuerpo tiene una desventaja, aun cuando sea considerado como una máquina no es lo suficientemente confiable y riguroso en la percepción de los datos del entorno. El divorcio también se plantea respecto de la imaginación considerada como poder de ilusión, fuente de constantes errores. Acceder a la verdad consiste en despojar a las significaciones de las marcas corporales o imaginativas. La filosofía mecanicista vuelve a construir el mundo a partir de la categoría de pensamiento, disocia el mundo habitado por el hombre, accesible al testimonio de los sentidos, del mundo real, accesible únicamente a la inteligencia. Este modelo supone, también, nuevas prácticas sociales que la burguesía, el capitalismo naciente y su sed de conquista, inauguran. Una voluntad de dominio del mundo que sólo puede ser pensada a condición de generalizar el modelo mecanicista. La anatomía política En los siglos XVII y XVIII las disciplinas se imponen como “fórmulas generales de dominación” que tendrán un próspero futuro. Descartes le proporciona garantía filosófica a la utilización instrumental del cuerpo en diversos sectores de la vida social. La metafísica que inicia con seriedad encuentra en el mundo industrial a su principal ejecutor: Taylor (y Ford), quien cumple de hecho el juicio pronunciado por Descartes. El símil de la máquina, es decir el cuerpo, se alinea con las otras máquinas de la producción. El cuerpo es “apéndice vivo de la máquina” con ese residuo necesario y molesto: el hombre al que encarna. Chaplin en Tiempos modernos hace una crítica admirable de esta industrialización del hombre.