miércoles, 17 de noviembre de 2010

Algo que aprendi estos dias:
En la escritura hay que discriminar. Explorar la naturaleza de cada palabra elegida hasta sus últimas exequias y luego, en todo caso, prostituirla: en la frase, en un relato, o en el discurso.
Sin esta advertencia, escribir es fácil, y es asi como salen los malos poemas.
La magia no surge de la combinación decorativa de terminos felices, (porque creemos tienen algo que ver uno con otro por la sensación que resumen), sino de la comunión entre independencias.
Cada palabra es única, tiene su historia y sus trampas, aún en la fusion mas inteligente, en las miles de subordinadas que dentro una de otra podemos armar, su sentido debe permanecer aislado y su belleza inextinguible.
Episkepsis imaginativa de una palabra dada al infinito, al abismo que de a girones se va haciendo lenguaje. La que pasa la prueba no es la palabra, sino nosotros. De ver que gesto tiene lo que queremos decir, de traducir esa presencia que por un segundo nos habitó.
Un buen poema, podemos verlo en Lorca, en Pizarnik, en Bukowski y en tantos otros es como un número complejo: tiene parte imaginaria y parte real.
Sin cualquiera de las dos, se cae en la linealidad, el tedio y la repetición. Podria decirse que estamos hablando de versomilitud, si, algo asi, hasta la imagen más excesivamente delirante debe ser verosímil para que nos diga algo.
Verosimil= cerca, aunque este expresado en una forma abstracta, poetica: porque alli donde naufragan las palabras (comunes), empieza la poesia. No conozco una descripicion mejor del desvanecimiento del amor como la de fuego fatuo (Pizarnik) , ni un retrato mas vivo de la Bolsa durante el crack de los 30 como una pirámide de musgo  (Lorca).

Hasta Girondo es verosímil, hasta pareciera a veces que se esta burlando de nosotros. Y el texto no pierde una gota de subrrealidad en ningun momento.
 Solo aquellos que no saben comulgar con estos dos demonios, son los que prefieren estar de un lado o del otro. Asi, se reproducen como una plaga centenares de relatos aburridamente verosímiles, sin vuelo alguno. Eso no es literatura, para eso esta la crónica, la historia. Claro que tienen algo de literario, pero un texto sin poesía, esta seco. Es común y no puede considerarselo literatura, porque ésta es sobre todas las cosas la multiplicación de la diferencia.
O por el otro lado, aludes de poemas pseudo surrealistas que constan de imágenes agrupadas deliberadamente sin sentido alguno, bobos.
 Eso no es dadaísta, eso es facilismo. El dadaismo tenia un sentido que era entre otras cosas lo absurdo. No encuentro en textos como los que digo ( que tienden por lo general a lo cursi, y a los lugares comunes) juego con lo absurdo, en absoluto. Una vez que se ha aprendido a escribir asi, infantilmente, es tan mecánico como  reproducir esos relatos miméticos con lo real, que nombramos antes..
Por ejemplo:
“Lagrimas de lluvia” (bueno, un clasico), “la sonrisa de mi atardecer” (pff) , “Estallar mariposas en tu espalda” ( esta es engañosa, porque dentro de todo esta buena, pero muchas asi, aburren, por su significancia púber y su corta evanescencia), “caramelizando sueños” (puaj), “atrapando a los silencios en la esquina”, “derrumbando paredes con tu piel”, etc.

En cambio:

“(…) estás perdido, como una botella tosiendo en la alcantarilla,
Resorte caliente que se aprisiona en mi pecho, para que Nunca
Sea para siempre.
El amor es asi, excepcional
Como la Muerte”  

O:

“Las palabras eran como uñas sonoras, nueces del Diablo, susurros de un final siempre incongruente.

O:

“si supiera fragmentar el insante preciso en el que una hoja se desprende, no estaria aquí intentando desnudar una palabra”

O: (envidiable ejemplo de D.V)  

“La oscuridad
Es la sangre
De las cosas perdidas”

Resuena. Una y otra vez, no encalla. Nunca. Vale mas por lo que no dice, que por lo que nombra. No sobra. Nos permite ver más allá de la imagen a la que inmediatamente  refieren. Y después de alli el camino es otro. No se cual pero son seguramente muchos, que dependen no solo del lector, sino de la capacidad del autor de seducirlo, de perderlo, de mover algo de lugar en su imaginario.