domingo, 8 de enero de 2012

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Nunca se había entendido con Hedvika y, sin embargo, siempre estaban de acuerdo. Cada uno se explicaba el sentido de las palabras del otro a su manera y había entre ellos una maravillosa armonía. Una maravillosa solidaridad basada en la incomprensión.


          (Milan Kundera, El libro de la risa y el olvido)




Y es curioso que ahora me esté gustando Raymond Chandler,
¿Vos acaso estarás leyendo Joyce, Kafka, Pessoa o Walt Whitman?
No sabés cuánto, ¡cuánto! que me sorprendería.
Igual, tenés mis ensayos de Benjamin, y el libro de Barthes,
No me olvidé,
solo que Foucalt y tu calculadora por ahora me son mas entretenidos y no te los quiero devolver todavía.


Y ¿qué se le va a hacer?
Es asi,
Hoy te veo con una gordita en la plaza,
vos a mí con un hippie en el arenero.
Mañana, por ahí nos enteramos de nuestras recibidas
por facebook
y pasado, quizás te cruce yendo a comer a la casa de tus viejos cuando yo vaya a visitar la mía.
Por favor no mandes a tus pibes al Hölters,
por favor, no hagas esa tontería.


Pero…pará,
¿realmente va a ser asi?
Eso me pregunto,
casi todos los días –(mentira, pero rima)-,
Para saber cuándo es que tengo que empezar a sentir un recuerdo menos caliente y más familiar por vos, como esos que se tienen por las tías
y mandarte postales
con buenos deseos
o descuentos en Tematika,
cuando consiga.


¿Viste que no era tan grave al final?
No éramos inmortales, como decías.
o quizás sí, pero de modos menos
plásticos; líricos al pedo.
Ahh… ¡Cuánto tironeo!, ¡cuánta megalomanía!:
Absorber en un pobre vínculo
tantos complejos, traumas, psicosis, garrapatas y anginas.
Qué derroche,
Qué derroche, amor, de vida.


Si tan solo los hubiéramos cambiado por:
más helados, más besos, más melodía, más rosas en bolsas de consorcio a los quince, más sepias mañanas tranquilas, más caracoles, más caricias, más mediodías con olor a albahaca, mas fotografías, más vueltas en calesita, más sonrisas en el espejo desnudos lavándonos los dientes, más almohadas mordidas; más miradas exactas en el jardín sin que me pusiera bizca, más noches entrelazándonos lento derritiendo tu coraza de alquitrán y purpurina, eternos abrazos contra la tormenta –tanto la de afuera como la de adentro, tanto la tuya, como la mía-, más pestañas de almíbar, en fosforescente agua prenatal nadando lejos…, más, más orgasmos de orquídea.


En vez de esto:
Un monólogo masturbatorio entre dos elefantes con arritmia,
Ego-celos, histeria y falsa compañía,
Tanto silencio obturado en la esquina,
tanta conversación de ascensor,
solo que más filosófica y más fina.


Nos tejimos un chaleco de fuerza que apenas si contenía:
La violencia de mi oleaje,
la piel de nuestras constelaciones
y tus entelequias derruidas.


La esquiva mirada turbia, por no encontrar la foto que encaje con ese portarretratos de vos mismo que te asignaron o que te asignaste para la vida.


La tinta terrible de nuestros ideogramas,
infectándolo todo
con su verdad.
Royendo el hueso de la inocencia,
llenando el río de máscaras
y tapando las heridas
con el gran discurso de las antesalas:
El Todavía,
El Mañana.


Creo que nos amamos,
pero siempre en fases distintas:
al final el nuestro
solo fue un problema
de electroquímica.


Y seguro te pareceré una pelotuda rimando
pero siento que así casi no decido
lo que digo;
quizás ése sea el máximo placer
de la poesía.